11/07/2024

Los miserables. Una perspectiva propia de los personajes de Víctor Hugo (parte 4)

Javert y Gavroche

Javert no entendía por qué se había despertado ese sentimiento en él. Su vida era hacer cumplir la ley y ese mocoso era un pequeño delincuente en acto.

Gavroche era un pilluelo de los bajos fondos parisinos, un pícaro de cara sucia y modales discutibles. Sus días transcurrían correteando por las calles, seguido de otros pilluelos e ignorado por los adultos, con excepción de sus revolucionarios amigos del Café A&B.

Javert había seguido sus movimientos desde que aún no levantaba dos palmos del suelo. Admiraba a Gavroche por su valentía y su forma de enfrentar las cosas. No tenía miedo y vivía la vida como le venía. Encaraba de frente todas las situaciones y actuaba de padre protector de otros pequeños pícaros, les proveía de alimento y de techo.

La idea que tenía el oficial acerca de la ley estaba muy lejana de las artimañas del pilluelo para sobrevivir pero, aunque Javert era muy estricto en su labor, no era capaz de castigarlo como se merecería. Cuando miraba a Gavroche veía a un luchador nato, a un animalillo que sólo pretendía la supervivencia de su especie, a un niño-hombre que ya sabía que quería hacer la revolución y traer una nueva prosperidad a Francia, derrocando a los reyes y devolviendo el país a los parias.

Durante la revolución muchos jóvenes regaron con su sangre las calles de París y el pilluelo Gavroche no se separó de ellos en ningún momento. Luchó como uno más y miró, en varias ocasiones, a los ojos de la muerte.

Tras la revolución perdida volvió a las calles, soñando con una nueva revolución. Porque habían  perdido una batalla pero no la guerra. Mientras mirase al cielo y las estrellas brillasen sobre su cabeza, habría esperanza; porque su abuelo, al que apenas recordaba, le contó que el fuego que arde en las estrellas es la esperanza dormida de los hombres.

Javert lo buscó en todos los huecos oscuros de París hasta dar con él y le hizo una propuesta. Llevárselo a su casa, darle una educación, un hogar y conseguir hacer de él un hombre con conocimientos suficientes para cambiar el mundo.

Gavroche lo sopesó. No era una decisión fácil de tomar. Abandonar las calles y a sus camaradas. Convertirse en un burgués… No era lo que había soñado pero a Eponine no le había ido mal con Marius… Pero Marius era diferente...
Además,  ¿qué ocurriría con su libertad? Comer lo que hubiese donde lo encontrase, dormir en verano mirando las estrellas, y otras tantas cosas. Pero, por otro lado, se le iba a dar la oportunidad de estudiar, como habían hecho sus amigos, ahora caídos del A&B, de saber y luchar.

...

Gavroche aceptó. Su abandono de la calle sería la raíz, el germen de una nueva futura revolución. Por la libertad, por la igualdad, por la fraternidad, por sus camaradas. Por Francia.


Los miserables. Una perspectiva propia de los personajes de Víctor Hugo (parte 3)

Eponine y Marius

Eponine había hecho todo lo que Marius le había pedido.

Había averiguado cuál era la casa de Cosette, cuál era su vecindario y cómo encontrarla. Ahora sólo tenía que llevar la información a su amigo, aunque ella bien sabía que no era sólo un amigo. Cientos de encuentros en las escaleras, charlas en la calle y observarlo mientras preparaba con los camaradas la revolución. Estaba total y perdidamente enamorada de Marius pero él sólo tenía ojos para Cosette, tan rubia y elegante.

Como su corazón le dictaba la felicidad de Marius, Eponine le llevó las nuevas y él, aquella misma noche, fue al encuentro de su adorada Cosette.

Como cada noche Cosette estaba en el jardín arreglando algunas flores y disfrutando de los aromas que desprendía la tierra húmeda. Marius asomó la cara a través de la reja que rodeaba la propiedad de la familia de la muchacha y ella enseguida reconoció el rostro que la observaba cada día en el mercado. Ella se acercó a la reja y se presentó. Hablaron. Se miraron. Y así día tras día durante muchas noches.

Cuando Marius no estaba con Cosette, su vida transcurría sencilla entre sus amigos, las clases y las charlas con Eponine.

Los días, las horas, los minutos pasaban rápidos para Marius a la espera de ver a su amada. Y las noches en la verja del jardín transcurrían cálidas y dulces.

Pero hay veces que las cosas no son como parecen y un buen día Eponine se ausentó de sus charlas, también al día siguiente, y al siguiente, tenía obligaciones que cumplir le dijeron a Marius. Y Marius echaba de menos a esa muchacha curiosa y preguntona que quería ser como sus camaradas: sabia y revolucionaria. Pasaron algunos días más y Marius empezó a notar que faltaba algo en sus días. La compañía de Cosette y de sus amigos no era suficiente. Las noches en el jardín con su amada ya no eran tan cálidas y dulces, y en realidad, no sabía si amaba a Cosette tanto como él creía. Así que pensó que lo mejor sería dejar de ver a Cosette por unos días y pensar.

Y así hizo.

Y como no podía ser de otro modo, la verdad se le mostró clara, no estaba enamorado de Cosette, solo encaprichado de una joven de bien, con unos bellos ojos y el cabello como el sol, pero no la amaba. Amaba a Eponine, no sólo era que echara en falta sus conversaciones, añoraba su sonrisa, su forma de abrir los ojos cuando algo la sorprendía, su forma de elaborar las preguntas, su fuerza, su coraje; echaba de menos el beso en la mejilla que le daba cada mañana cuando se cruzaban en la escalera antes de empezar las tareas diarias. Era Eponine la que hacía que sus días pasaran veloces y felices, y  no la espera de poder ver a Cosette.

Confuso se dirigió al café en el que solía reunirse con sus camaradas. Allí Enjolras, Courfeyrac y el joven Gavroche le esperaban y al verlo entrar con tal semblante le preguntaron por su aflicción. Cuando Marius les narró sus reflexiones, los tres amigos rompieron a reír. Ellos ya lo sabían, le dijeron, sólo había que esperar a que él cayese en la cuenta.

¿Cómo había podido estar tan ciego? En realidad, de la amistad al amor no debía haber demasiada distancia; aunque para él la amistad tendría siempre un grado de perfección que el amor, por ser un acto hasta un punto egoísta, no tendría. Mas, ¿pueden la amistad y el amor ser hasta cierto punto una y la misma cosa, evitando todo egoísmo y dolor?

No lo sabía. No tenía la respuesta, sólo la pregunta. Así que lo único que quedaba era descubrirlo.


Los miserables. Una perspectiva propia de los personajes de Víctor Hugo (parte 2)

Eponine, ¿amor o revolución?

Eponine se enamoró de Marius durante su primera conversación. Se cruzaron en la vieja escalera del edificio y ella observó al nuevo vecino. Lo saludó. Él se paró a charlar y a conocer algo sobre la vecindad. Charla primera e insustancial que sería seguida por otras muchas.

Marius era un joven burgués revolucionario, pero un revolucionario de los de verdad. No sólo de palabra, como algunos de sus compañeros de sangre roja y negra. Marius creía firmemente en un nuevo orden sin jerarquías, sin poderes, sin opresión. Sólo hermandad y justicia.

Eponine quedó embelesada con sus palabras. Hija de dos miserables mesoneros tramposos no conocía el amor por la verdad como él se lo mostraba. Ella lo miraba fijamente mientras él hablaba y él vio en sus ojos que entendía lo que le decía.

Aunque Eponine no había tenido una correcta educación, era una muchacha inteligente y le gustaba saber, escuchaba y leía todo lo que podía y después lo rumiaba todo en su cabeza, sacando sus propias conclusiones y analizando la realidad que la envolvía.

Aprendió sobre la revolución, sobre la política de los monarcas, sobre la iglesia, sobre la calle, sobre la miseria, sobre la riqueza, sobre el hambre… No sólo el hambre de pan, sino el hambre de libertad. Aprendió que no siempre la justicia está de parte de quien debería ni el poder en manos de quien sabe manejarlo para el bien del pueblo.

Con Marius descubrió un mundo nuevo que nunca había imaginado. Ella misma pensó que podría, como Marius y sus amigos, arengar al pueblo en las calles; quizá así también las mujeres se sintieran identificadas con una lucha que siempre había sido cosa de los hombres. Pero, ¿por qué?

¿Quién quedaba en las ciudades cuidando de todo y manteniendo todo en pie para la vuelta de los hombres tras la revolución? ¿Quién quedaba en los pueblos y aldeas para cuidar de los hijos y las hijas a los que se entregaría el nuevo mañana tras la batalla?

Las mujeres también debían saber, debían participar conscientemente de algo de lo que ya participaban sin saber y había que darles la opción de elegir si querían participar desde la retaguardia o desde el interior del tornado que cambiaría la faz de la tierra para entregarla a los miserables.

Sólo existía un problema, la lucha requería sacrificio y empeño. Así que, por un lado estaba la revolución y por otro Marius. ¿Podría estar en el amor y la revolución?


10/07/2024

El viaje (24/01/10)

Subimos al Media Distancia parado en la vía 11. Sólo unos pocos euros y minutos nos conducen al paraíso. Mochilas, kilómetros, y otros pasajeros os acompañan. El sol entra por las ventanas y alivia el efecto del aire acondicionado. En realidad, no hace calor. Empezamos a movernos. Un lugar... Otro... Poco a poco nos acercamos. El olor de un aire diferente inunda el vagón. Viajeros que bajan, otros que suben. Todos buscamos lo mismo: nuestro destino.


El filósofo (10/10/98)

Lo supo en cuanto la conoció pero no pudo dejar de sentirse atraído por ella. Supo que lo haría sufrir, pero cada vez tenía menos motivos para abandonarla.

Supo entonces que no había escapatoria. La filosofía es una amante insaciable que te consume. Es el amor a autoconsumirse.


Recuerdos

Sólo unos recuerdos de ti... 

Una noche en la Plaza del Triunfo, hablando, serenos, como si el mundo hubiera parado para nosotros. Miradas junto al río un 13 de octubre. Besos y abrazos en un día lluvioso. Nuestros pasos por las calles de las ciudades que visitamos juntos, agarrados de la mano.

Un recuerdo de ti. Tú y tus abrazos que todo lo curaban. De hoy a siempre. Tú. 

Hoy sólo un recuerdo.


Adiós

 Me dijo que no se iría, pero cuando volví sólo encontré una nota sobre la mesa: "Dejaste la puerta abierta."


La visita (09/07/20)

Clac, clic, clac. Clac, clic, clac.

Ese ruidito repetitivo se oía noche tras noche desde que compró la casa.

Clac, clic, clac. Clac, clic, clac.

Había llamado a la antigua dueña y, aunque Mariloli no creía en fantasmas, le preguntó si alguien había muerto allí o había pasado algo que debiera saber. Le dijo que no. La casa había pertenecido a su familia durante tres generaciones y nada resaltable había ocurrido.

¿Podrían ser entonces ratas? Quizás. Mariloli llamó a un exterminador pero no encontró nada.
Tras la visita del exterminador el ruido cesó durante unos días pero una noche de nuevo lo oyó.
Clac, clic, clac. Clac, clic, clac.
Esta vez el ruido era más metálico, más contínuo, como un pequeño ejército de agujas cayendo a través de la pared.
Clac, clic, clac. Clac, clic, clac.
Mariloli se levantó de la cama y siguió el sonido a través de las paredes hasta la cocina. Allí era mucho más fuerte.
Clac, clic, clac. Clac, clic, clac. El sonido paró junto a la vieja y grasienta campana sobre la cocina de inducción. Lo que sea que fuera ahí estaba. ¿Qué hacer? Lo mejor sería volver a la cama y esperar a la luz del día. Pero sabía que no podría dormir con aquel ruido. Así que solo quedaba una opción. Abrir la campana y mirar...
Clac, clic, clac. Pum. Catacrock.



Levantando el vuelo (13/10/08)

Un buen día decidió que volar no debía ser tan difícil.  Cuando la crearon le dieron como regalo dos alas, una a cada lado, que no sólo le p...