Eponine y Marius
Eponine había hecho todo lo que Marius le había pedido.
Había averiguado cuál era la casa de Cosette, cuál era su vecindario y cómo encontrarla. Ahora sólo tenía que llevar la información a su amigo, aunque ella bien sabía que no era sólo un amigo. Cientos de encuentros en las escaleras, charlas en la calle y observarlo mientras preparaba con los camaradas la revolución. Estaba total y perdidamente enamorada de Marius pero él sólo tenía ojos para Cosette, tan rubia y elegante.
Como su corazón le dictaba la felicidad de Marius, Eponine le llevó las nuevas y él, aquella misma noche, fue al encuentro de su adorada Cosette.
Como cada noche Cosette estaba en el jardín arreglando algunas flores y disfrutando de los aromas que desprendía la tierra húmeda. Marius asomó la cara a través de la reja que rodeaba la propiedad de la familia de la muchacha y ella enseguida reconoció el rostro que la observaba cada día en el mercado. Ella se acercó a la reja y se presentó. Hablaron. Se miraron. Y así día tras día durante muchas noches.
Cuando Marius no estaba con Cosette, su vida transcurría sencilla entre sus amigos, las clases y las charlas con Eponine.
Los días, las horas, los minutos pasaban rápidos para Marius a la espera de ver a su amada. Y las noches en la verja del jardín transcurrían cálidas y dulces.
Pero hay veces que las cosas no son como parecen y un buen día Eponine se ausentó de sus charlas, también al día siguiente, y al siguiente, tenía obligaciones que cumplir le dijeron a Marius. Y Marius echaba de menos a esa muchacha curiosa y preguntona que quería ser como sus camaradas: sabia y revolucionaria. Pasaron algunos días más y Marius empezó a notar que faltaba algo en sus días. La compañía de Cosette y de sus amigos no era suficiente. Las noches en el jardín con su amada ya no eran tan cálidas y dulces, y en realidad, no sabía si amaba a Cosette tanto como él creía. Así que pensó que lo mejor sería dejar de ver a Cosette por unos días y pensar.
Y así hizo.
Y como no podía ser de otro modo, la verdad se le mostró clara, no estaba enamorado de Cosette, solo encaprichado de una joven de bien, con unos bellos ojos y el cabello como el sol, pero no la amaba. Amaba a Eponine, no sólo era que echara en falta sus conversaciones, añoraba su sonrisa, su forma de abrir los ojos cuando algo la sorprendía, su forma de elaborar las preguntas, su fuerza, su coraje; echaba de menos el beso en la mejilla que le daba cada mañana cuando se cruzaban en la escalera antes de empezar las tareas diarias. Era Eponine la que hacía que sus días pasaran veloces y felices, y no la espera de poder ver a Cosette.
Confuso se dirigió al café en el que solía reunirse con sus camaradas. Allí Enjolras, Courfeyrac y el joven Gavroche le esperaban y al verlo entrar con tal semblante le preguntaron por su aflicción. Cuando Marius les narró sus reflexiones, los tres amigos rompieron a reír. Ellos ya lo sabían, le dijeron, sólo había que esperar a que él cayese en la cuenta.
¿Cómo había podido estar tan ciego? En realidad, de la amistad al amor no debía haber demasiada distancia; aunque para él la amistad tendría siempre un grado de perfección que el amor, por ser un acto hasta un punto egoísta, no tendría. Mas, ¿pueden la amistad y el amor ser hasta cierto punto una y la misma cosa, evitando todo egoísmo y dolor?
No lo sabía. No tenía la respuesta, sólo la pregunta. Así que lo único que quedaba era descubrirlo.
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