21/01/2024

ANTONIO Y DOLORES (31/10/10)

 

Como cada año por estas fechas, Antonio y Dolores solían quedar en el mismo lugar y a la misma hora para hablar de sus cosas. Repasar tiempos pasados y recordar a los que ya no estaban con ellos.

Aquel año no faltaron a la cita pero casi todo era diferente. El lugar había cambiado un poco y las gentes no eran las mismas. Es verdad que las cosas cambian, pero ¿tanto? Ya no había respeto, ni consideración por la gente de cierta edad,… ni por ciertas creencias. 

Los que se hallaban a su alrededor sacaron las bolsas con los lotes, el hielo y los vasos de plástico y se pusieron a beber y a hablar ruidosamente. 

“Tomar una copa”, le comentaba Dolores a Antonio, “no es malo, de hecho, de vez en cuando es más que saludable, pero así, cada día, como si no tuvieran otra cosa que hacer. Me parece una barbaridad”.

“Déjalos”, le replicaba Antonio, “son jóvenes, quieren olvidar las cosas malas que ocurren a su alrededor. Sin estudios, sin trabajo, sin dinero, y ahora esto, acabar así ¿qué más pueden hacer que beber y olvidar?”.

“Nosotros fuimos como ellos”, le replicaba Dolores, “nosotros también fuimos jóvenes, y tuvimos nuestros problemas y no hacíamos esas cosas, ni nos comportábamos como si no hubiese más gente alrededor. Sólo digo que deberían ser un poco más respetuosos”.

Carlos movía la cabeza y dejaba salir un suspiro. En el fondo Dolores tenía razón, todo había cambiado demasiado, y muy deprisa, y a ellos les cogía mayores la situación para asumirla naturalmente. De hecho, muchos de sus compañeros de batallas, ya no salían de casa para ese breve encuentro para no encontrarse con los más jóvenes. No. Preferían quedarse en sus casas, refugiados, lejos del mundanal ruido y del cambiar de los tiempos.

Incluso personalidades brillantes de su época, -allí habitaban toreros, tonadilleras, guitarristas, futbolistas, poetas, y cantantes-, habían perdido las ganas de salir y pasar un rato agradable de charla y recuerdos.

Allí todo estaba oscuro, las luces de las calles y plazas se habían apagado hace rato, en un intento del ayuntamiento por ahorrar en la factura eléctrica. ¡Mejor!, así se veían las estrellas, además la luna estaba hoy cercana y brillante, lo que hacía que no hiciera falta luz artificial.

A los jóvenes allí congregados también les gustaba dar sustos e ir a las casas de los vecinos a molestar con una nueva moda importada de noséqué tradiciones de por ahí. 

Cuando Dolores y Antonio era jóvenes las calles de la ciudad se llenaban de representaciones de Don Juan Tenorio, el de Zorrilla no otro, la gente comía huesos de santo, buñuelos y castañas asadas. Y el día 1 de noviembre se rezaba a todos los santos para preparar el alma para las misas del día 2, día de los Fieles Difuntos, durante el cual sólo se oficiaban misas de Réquiem y el oficio de difuntos; días en los que las gentes piadosas iban al cementerio a orar y a dejar flores en los enterramientos de aquellos que ya no estaban en el mundo de los vivos.

Y estos, los que ya no estaban entre los vivos, aguardaban en el cementerio a ese momento en el que el día daba paso a la noche para salir, una sola vez al año, a estirar las piernas y comprobar que los suyos, si les quedaba alguno vivo, estaban bien y las familias seguían con las tradiciones de toda la vida.

Pero las cosas habían cambiado mucho. Por eso Dolores y Antonio ya no salían de su calle San Alejo de su barrio de San Fernando, y simplemente se sentaban al pie de sus lápidas a hablar y recordar otros tiempos con melancolía.

Poco a poco, como cada año, la noche de los muertos daba lugar, de nuevo, al día y todos y cada uno de los habitantes de aquel barrio volvían a su fría casa, esperando al próximo año con impaciencia para ver a los amigos más antiguos y recibir a los nuevos vecinos, esperando que la cosa entre los vivos mejorase, y los que fueran llegando tuvieran mejor educación.

Con el primer rayo de sol Dolores se levantó, dio un beso a Antonio y con su puntualidad militar, pues habían sido demasiados años trabajando en la Pirotecnia Militar de Sevilla, volvió a su húmedo y frío hueco en la pared de nichos. Antonio esperó a verla entrar, como cuando esperaba verla entrar en casa de sus padres cuando aún eran novios, y se retiró a descansar hasta la próxima ocasión que el calendario les deparará.

Los más jóvenes volvían, borrachos y jolgoriosos, de sus paseos por la ciudad a sus tumbas… No sabían comportarse como buenos muertos en fechas tan señaladas.

Las cosas habían cambiado mucho, demasiado. Ni tan siquiera los muertos de ahora son como los de antes eran.

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Nota: 

Lote: en Sevilla, cuando los jóvenes salen por las noches a hacer botellonas, compran estos lotes formados por botellas de refresco y de alcohol (güisqui, ron, ginebra, etc)

San Fernando: es el nombre del cementerio de Sevilla, llamado así por el conquistador de la ciudad (1248) Fernando III el Santo.

Hablo del cementerio como si fuese un barrio porque es un cementerio grande dividido en calles, glorietas y plazas con sus respectivos nombres y numeraciones. La calle San Alejo es la calle en la que estaba enterrada mi abuela Dolores.



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