19/01/2024

Madame Odette (09/05/2014)

 

Cuando llegué allí no sabía que aquello acabaría así. Claro que… ¡yo no era la adivina! Ésta yacía en el suelo, boca abajo, con las cartas esparcidas a su alrededor.

¡Maldita sea! Si no hubiera dicho aquellas cosas: salud, trabajo y amor. ¡Yo no pedía las tres, sólo una! Pero nada, en mi futuro no aparecía nada. ¡Todo negro!, había dicho. Negro, oscuro, nada.

¿Y para eso había ido hasta allí? ¿Para eso había conducido kilómetros y más kilómetros para hablar con Madame Odette?

¡Pues vaya!

Yo no quería oír lo que ya sabía. Quería que me mintieran. Si hubiera querido la verdad me habría mirado al espejo o habría llamado a mi madre para oír el eterno: “¡Te lo dije!… No podía salir bien… No sabes elegir,  bla, bla, bla.”

Yo sólo quería oír a alguien… Necesitaba oír a alguien, aunque fuese mentira, diciéndome que algo saldría bien: salud, trabajo o amor. No era exigente, me conformaba sólo con una de estas cosas. Había tanta gente con tanto… y yo… yo no tenía nada.

Pero estaba claro que las arpías que manejan el cotarro del destino me jodían todos los planes.

Así que tal como vi en la tele el anuncio de la tal Madame, llamé. Me dijo que me atendería en unas horas, por lo visto las vibraciones de mi aura le avisaron de la urgencia de mi caso. Así que me levanté del sofá, cogí las llaves del coche y salí.

La noche era fría y llovía con una fuerza extraña.

Desde que recuerdo, mi vida ha sido como jugar al ahorcado. Nunca consigo todas las letras y acabo colgada de la soga. ¡No hay forma! Ni S_L_D, ni TR_ _A_O, ni _M_ _R. Nada.

Ahora, allí de pie, mirando el cadáver, pensaba que lo lógico habría sido un suicidio, no un homicidio. Quitar a la adivina de en medio no cambiaría mi negro futuro. En cambio, si mi vida, la mia, se me fuera, ese negro futuro no llegaría. ¡Va! Pero eso no pasaría. Ya no. ¿Qué iba a hacer ahora?

No tenía prisa. Podía pensar. Madame Odette me había dicho al entrar que yo era el último cliente de ese día. Podía pensar. Pensar… pero pensar qué.

Miré a mí alrededor. ¡Vaya horterada! Cortinajes morados, cojines morados, borlones dorados, libros de astrología y de pociones, un gato gordo que dormitaba en una cesta, una pirámide de cristal sobre una mesita pequeña, la mesa grande con un mantelito también morado, unas flores en un jarrón, y el cadáver sobre la alfombra.

Me acerqué a la adivina y la miré de cerca, tenía curiosidad… durante la corta charla que habíamos tenido Madame Odette no me había dejado acercarme ni lo más mínimo a su persona, se mantenía alejada de los clientes gracias a la mesa donde trabajaba situada en un ángulo  oscuro frente a los cortinajes que tapaban las ventanas de la habitación.

Me senté a su lado, sobre la alfombra, observándola.

  • “Tendrás más o menos mi edad”, le dije en voz alta, ¡cómo si aún pudiera oírme!, “¿qué te ha llevado a ser adivina? Y lo más importante, ¿cómo no has adivinado esto?”

Me sonreí a mí misma. Puñetero destino de mierda ¡no te dejas ver venir! ¿Verdad? Al final las putas parcas siempre nos cogen por sorpresa. ¿Quién les regalaría las tijeras?

Seguí observando a la adivina, en ese momento me di cuenta de que llevaba una horrorosa peluca de pelo negro y un maquillaje que impediría a cualquiera reconocer a la persona que había tras esos churretes rosas.

Me levanté y paseé por la casa: dos plantas, varias habitaciones, dos baños, una magnífica terraza, una impresionante cocina,… parece que esto de la adivinación da bastante pasta. Me senté en el sofá, también morado, del salón principal. Un sofá blando y mullido, suave y cálido, con grandes almohadones y tapetes de ganchillo de hilo dorado. Cerré los ojos y medité, tenía que haber controlado mi ira. Coger la bola de cristal y estampársela en la cabeza no había sido la mejor reacción a sus predicciones, pero esa sonrisa torcida en su cara me hizo perder los nervios. ¿Por qué se reía? Seguí sentada unos minutos más, ¿o fueron horas?, en aquel sofá y una idea empezaba a asomarse entre el cansancio y la confusión… ¿Y si Madame Odette no hubiera muerto? Es decir, nadie sabía que la pitonisa yacía sobre su alfombra y nadie, al menos ninguno de sus clientes, sabía cuál era el rostro real de Madame Odette.

Tendría que averiguar, verdad es, si el cadáver tenía familia. Y si no la tenía, la jugada sería perfecta: yo sería la nueva Madame Odette. Casa, coche, trabajo y gato, en una sola noche; con el único inconveniente de tener que cargar con el recuerdo de esa noche durante el resto de mi vida.

Sólo esperaba una cosa: ojalá los espíritus vengativos no existan.


 

 

 


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